Los castigos no funcionan. Te explicamos por qué

  • hace 8 años

Decir que todo tiempo pasado fue mejor es una falacia, pues nunca quedará claro bajo qué criterios se establece esa medida. Pero cuando se trata de hablar de crianza y paternidad responsable, a veces puede resultar particularmente grave afirmar que antes las cosas 'se hacían' mejor.

Vivimos en una época en la que la nueva generación (los llamados 'millennials') genera desconcierto, temor y muchas dudas en sus padres y las generaciones anteriores a las de estos. La razón es sencilla: son jóvenes expuestos a un flujo constante de información desde muy temprana edad. El principio de autoridad incuestionable que rigió en hogares por décadas de pronto se desinfla cuando el niño puede cuestionar todo lo que le dicen sus padres con una simple búsqueda en internet. Ello no implica, por supuesto, que vaya a tener la razón. Implica, en realidad, entender que el principio de autoridad en la casa debe establecerse a través de otras dinámicas.

Un estudio realizado en la Universidad de Rochester ejemplifica bien hacia dónde deberíamos ir en materia de educar sin castigar. La investigación descubrió que aquellos profesores que buscan controlar el comportamiento de sus estudiantes en lugar de de ayudarlos a controlarlo ellos mismos, terminan socavando aspectos claves para la motivación del niño o adolescente, como su autonomía, sentirse competente para las tareas que se le encargan y, desde luego, su habilidad para socializar. A la larga, intentar controlar una conducta a partir de métodos disciplinarios correctivos termina formando niños con dificultades para autocontrolarse y con ello disminuyendo sus posibilidades de crecimiento personal y profesional, más adelante en la vida.

Una mente en formación, en un contexto en el que recibe estímulos e informaciones todo el día va a buscar a sus padres o mentores como figura de referencia para poder elegir mejor. Ese es el rol que debes asumir como el adulto a cargo. Ya no pensar que hay un 'modo' en el que los niños deben reaccionar o comportarse, sino más bien entender a partir de las particularidades de cada niño, cuál es la mejor manera de cultivar en él una serie de principios, normas de convivencia y hábitos.

En lugar de castigar la elección apresurada, inconsciente o descuidada, uno debe acostumbrar a sus hijos a ponderar todo, a consultar con sus padres y maestros. Es mucho más enriquecedor para el proceso de aprendizaje contar con alternativas, evaluar sus pros y sus contras y aprender a tomar decisiones.

Por otro lado, no olvidemos que hay un aspecto particularmente traumático del castigo (de cualquier tipo) y es el de la rabia. Muchos padres terminan castigando a sus hijos como manera de poner punto final a una situación que los ha desbordado en el momento. Es normal enojarse y frustrarse cuando un hijo no nos hace caso o se comporta de manera riesgosa para su propia seguridad y tranquilidad. Pero sentenciar un castigo con un grito o gesto corporal, sencillamente está condicionando al niño a suprimir esa conducta en presencia de la figura castigadora. Pero no garantiza que no va a volver a hacerlo cuando nadie lo esté viendo.

El castigo es un paliativo anacrónico. No es lo mismo enseñarle a un niño que sus actos tienen consecuencias que imponiendo de manera arbitraria sobre este medidas que lejos de ser correctivas, fomentan actitudes aún más indisciplinadas y preocupantes en el largo plazo.

No tengas miedo de ejercer tu autoridad si es que esta se apoya en la confianza, el cariño y la transparencia. El vínculo que construyes con tus hijos parte de las condiciones en las que tú lo plantees. Aprendan juntos y dejen los castigos para los libros de historia.


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