Nuestros hijos repiten todo lo que decimos (y hacemos). Esto está explicado por la teoría del aprendizaje social, creada por el psicólogo Albert Bandura, quien asegura que los seres humanos aprendemos a través de la imitación. Entonces, ¿qué es lo que pasa cuando decimos malas palabras frente a los niños? Es muy probable que hagan lo mismo.
Las habilidades lingüísticas de los bebés suelen desarrollarse entre los 9 y 12 meses de edad. En esta etapa, nuestros hijos comprenderán oraciones simples, relacionarán palabras con objetos y podrán repetir frases que les resulten sencillas. Luego, aprenderán gestos, frases o reacciones que vean. Es por eso que debemos cuidar nuestro vocabulario y actitudes frente a ellos, así como lo que ven: actitudes de los hermanos, amigos, tíos, cuidadores, programas de televisión, películas, etc.
Pero el imitar tiene un lado muy positivo. Uno de los grandes beneficios de esta acción es que los pequeños aprenden a desarrollar sus habilidades lingüísticas y a relacionarse con su entorno. La imitación es un mecanismo fundamental que les ayuda a adquirir nuevos conocimientos y a reforzar los que ya tienen. Como padres, podemos aprovechar esta etapa para fomentar buenos hábitos de aprendizaje y estimular sus habilidades intelectuales.
Eso sí, los bebés y los niños pequeños no tienen la capacidad de distinguir una actitud correcta de una que no lo es, por lo que aprenderá de manera indiscriminada. Debemos tener mucho cuidado con lo que decimos y hacemos frente a ellos, ya que su naturaleza es imitar, y así como imitan lo bueno, también imitan lo malo.
¡Cuidado! Esto es lo que pasa cuando decimos malas palabras frente a los niños
Antes de empezar, debemos dejar en claro que no debemos juzgar a nadie. Los padres no somos perfectos y, aunque siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, puede suceder que en alguna ocasión el enfado o el estrés nos juegue una mala pasada. Más aún, cuando nuestro pequeño o pequeña está haciendo una rabieta y su actitud rebelde nos frustra.
Sin embargo, somos los adultos los que tenemos la capacidad de manejar mejor nuestras emociones y llevar la situación de la mejor manera. Por ello, debemos tener las herramientas necesarias para lidiar con las situaciones difíciles, pero también procurar no decir palabras y tener actitudes que no queremos que nuestros pequeños imiten.
Decir groserías frente a los niños genera situaciones de tristeza e, incluso, miedo y desconfianza. De ser frecuente el lenguaje verbal violento, puede darse un desapego y una distancia notoria entre los niños y sus padres. Estas palabras también pueden generar inseguridad en los más pequeños, lo cual puede llevarles a dudar sobre si se les quiere o no. En el peor de los casos, pueden sentir que se merecen ser tratados así y recibir insultos o lenguaje inadecuado, lo que puede repercutir en sus relaciones futuras e, incluso, en su rendimiento escolar.
Las “malas palabras” de padres a hijos les pueden crear conflictos internos complejos, sobre todo, baja autoestima. Si nuestros hijos no se sienten queridos ni valorados, pueden crecer inseguros y desconfiados. Evitemos insultar o decir groserías, y empecemos a reemplazar esas palabras por otras que no sean dañinas para la autoestima de los niños.
Ahora, muchas veces, estas “malas palabras” las escuchan en la televisión, por lo que también debemos tener cuidado con la información que está disponible para ellos usando el control parental. Pero, también puede suceder que escuchen estas palabras en el colegio, y aquí es cuando debemos tener una conversación respetuosa en casa para explicarles qué significan algunas palabras y porqué no deben decirse. Esto aplica para las lisuras y los insultos.
¿Qué hago si mi hijo dice malas palabras?
Decir “malas palabras” o groserías es un comportamiento casi normal del desarrollo en la niñez media y la adolescencia temprana. Para los niños y adolescentes, decir lisuras suele ser una forma de sentirse “grandes”, “atrevidos” y “desafiantes”. Incluso, es bastante frecuente que los niños ni siquiera sepan el significado de esas palabras, pero como son “prohibidas”, decirlas les parece que es una forma de llamar la atención, o quizás las repiten porque las escuchan con frecuencia.
Lo bueno es que este atractivo por decir groserías suele disminuir a medida que los niños maduran. Sin embargo, recordemos que los padres que dicen lisuras frente a sus pequeños les enseñan a hacer lo mismo (aunque esa no sea su intención). Por ello, es importante evitar decir las palabras que no queremos que los niños repitan (por lo menos, frente a ellos), o si es necesario, buscar la ayuda de un psicólogo o psicóloga infantil que pueda orientarnos a nosotros y a los pequeños.
De todas formas, algunos tips para cuando los niños digan lisuras son:
- Dejar en claro que esas palabras no son las adecuadas. Si es necesario, hay que establecer límites.
- Hay que explicarles que está bien sentir enojo o frustración, pero que no por eso vamos a estar diciendo groserías o insultando a los demás. Hay otras formas de gestionar las emociones.
- Evitar decir lisuras frente a los niños. Si es algo común en casa, será más difícil que dejen de hacerlo.
- No reaccionar con otras lisuras o groserías ni mucho menos insultos, cuando el niño o niña diga una mala palabra. Tampoco ser extremos ni violentos.
- En ocasiones, los pequeños usan estas palabras para llamar la atención. Si es así, hay que ignorarlos en el momento que las digan. Luego, en privado y con calma, explicarles que esas palabras pueden ser hirientes y pedirles que nos digan qué es lo que les molesta. Así, podremos saber cuál es el trasfondo de sus palabras y porqué quieren llamar nuestra atención.
- Cuando los niños expresen sus emociones sin groserías ni berrinches, hay que reconocerlo.
Finalmente, es importante mencionar que decir lisuras o “malas palabras” no es una señal de problemas emocionales en los niños. Sin embargo, si hay más problemas, como mentir con frecuencia, robar o tener conflictos con sus compañeros, el decir groserías puede ser solo otro síntoma de una alteración psicológica o social. En este caso, lo mejor será consultar con el pediatra sobre la opción de recibir consejería, ya sea terapia individual o familiar.
Fuente:
https://observatorio.tec.mx
www.healthychildren.org
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